Ana Paula es una niña muy determinada, le nace ser independiente, hacer las cosas por sí misma y demostrarlo, desde bebita se notaba, cuando empezó a rodar nos hacía saber que no quería que la ayudáramos y renegaba, empezó a agarrar su biberón alrededor de los 4 meses, no quería que lo haga por ella y cuando empezó a jugar con bloques o armar rompecabezas, nuestra inclinación como padres era mostrarle primero cómo se hacía para que luego ella lo haga y aun eso no quería. Pero junto con sus ganas de hacer por su cuenta las cosas también ha tenido algunos episodios de frustración por no poder hacer algo por sí misma, al principio era algo pasajero y si no le salía algo bien, lo dejaba a un lado y jugaba con otra cosa o en otras ocasiones después de explicarle que está bien pedir ayuda nos dejaba mostrarle cómo y allí quedaba todo.
Sin embargo, conforme ha ido creciendo ha tenido algunos momentos en los que esa frustración la ha llevado a las lágrimas, por ejemplo en una ocasión se le desarmó la torre alta de bloques que con tanto esfuerzo venía armando y rompió en llanto; en otra ocasión en que unas amiguitas (a las que habíamos invitado a la casa para que jueguen y a las que esperaba impaciente) al final no pudieron venir la desilusionó un montón al punto de hacerla llorar por un buen rato; y en otra ocasión, no hace mucho, no lograba sumergirse en la piscina, nadar con la cabecita dentro del agua, aunque ya lo había logrado antes, en ese momento no le salía, un intento fallido tras otro la quebró, no podía o al menos eso pensaba ella, y el llanto, la frustración volvieron a opacar su alegría, un llanto ahogado, que no podíamos apaciguar, ese llanto que rompe el corazón, no queríamos verla pasar por esto, el dolor de nuestra hija era nuestro dolor.
Aunque en un primer momento podríamos haber pensado que no era para tanto, que no es para llorar, no podemos invalidar sus emociones, pues ella está exteriorizando su decepción de esa manera, decirle que no llore no la ayuda, la abrazamos tan solo para que sepa que estamos allí, que no está sola, su llanto se iba apagando poco a poco, ¿qué hago? me pregunté, y pude recordar sentirme así de niña, yo también conozco ese sentimiento, todos lo conocemos. Ya más calmada entre su papá y yo pudimos contarle las veces que algo no nos salió bien al principio, que también nos hemos sentido igual y cómo luego de intentarlo un poco más lo logramos, que a todos nos pasa, pero que tiene que seguir intentándolo y no desanimarse, que algunas cosas toman tiempo aprender y que estábamos seguros que ella lo iba a poder hacer.
Vernos a nosotros mismos en esa situación nos aclaró mejor las cosas porque es parte de la vida, es parte de crecer y no es tan malo en realidad un poco de frustración puede enseñarnos mucho, no podemos arreglarles la vida a los hijos, aunque a veces quisiéramos, sería más fácil, así no habrían llantos, frustración... pero tampoco logros. Y es que no podemos hacer nada para evitarles la frustración, cuando ésta llega, llega también el desaliento, el desánimo, la decepción, el dolor y el miedo, porque también puede ocurrir que el miedo a sentirse mal por fallar los paralice al punto de no querer intentarlo más, porque es muy difícil y se rinden, hay muchas personas que viven así con el miedo a fallar, confieso que yo misma lo he sentido muchas veces, pero me doy cuenta que éstas situaciones también me enseñan, si quiero que mi hija no se rinda frente a la adversidad yo tampoco debo hacerlo.
Sé que conforme ella vaya creciendo sus luchas y frustraciones serán más duras y tendrá que enfrentarlas y como padres no podremos librarla, pero tampoco abandonarla o minimizar su dolor, pero lo que sí haremos es escucharla, apoyarla, animarla, amarla y hacerle saber que creemos que superará cada desafío que se le presente con voluntad y con la ayuda de Dios. Las circunstancias difíciles desarrollan carácter, resiliencia, fortaleza, determinación, tenacidad y compasión, ¿no son características que anhelamos que nuestros hijos adquieran en un mundo tan complicado? ¿No sería bueno que nosotros también desarrollemos eso en nuestro carácter?, esas pruebas que atravesamos veámoslas como oportunidades de crecer, de hacernos más fuertes.
Luego de ese momento de frustración, Ana Paula volvió a intentarlo, sin presión, solita sin que le dijéramos nada se sumergió en el agua, un intento, luego otro y así...hasta que lo logró, la satisfacción de haberlo conseguido iluminaba su rostro y no podía dejar de sonreír y nosotros tampoco: “Mamá mira”...y se sumergía...“Muy bien hija, sabía que podías hacerlo”. A sus pequeños 5 añitos logró sumergirse en la piscinita de la casa pero más importante que eso aprendió una lección y yo también,
Que cuando la frustración llegue recuerda que es temporal,
Que siempre se puede volver a intentar o hacerle de otra forma la próxima vez,
Que fallar no es el final del camino,
Que al ver a alguien pasar por la misma situación puedes decir” Sé lo que sientes, yo también lo he sentido, no estás sola”
Y no sólo eso sino que tenemos un Padre en el cielo que nos dice: “No temas, yo te ayudo”
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