Mi madre es una mujer alta, delgada, siempre me pareció la más linda, amante de la lectura y en su etapa escolar fue ganadora de Diplomas de primer puesto todos los años (tenía que ponerlo, siempre me sentí orgullosa de ella por eso). De mis días de niñez, lo primero que recuerdo es su voz despertándome en la mañana, tremendo dilema para ella con una hija dormilona como yo, mejor dicho con cinco hijos dormilones, recuerdo sus tacos sonando por toda la casa apurada por alistarnos y salir a trabajar, la recuerdo cuando salíamos con ella a la calle y todos se nos quedaban mirando, la recuerdo levantándose antes de que aclare el día para cocinar y dejarnos la comida lista y los días en que lavaba toda nuestra ropa “a mano”, no puedo recordarla enferma, en serio, con cuatro cesáreas a cuestas y desgaste físico, es una mujer fuerte, una mujer sana, incluso más que yo, debido en gran parte a la muy buena alimentación que tuvo de niña en la chacra de mis bisabuelos, eran otros tiempos, pero ella no sólo es fuerte en lo físico sino aún más en el interior, en su carácter, creo que Dios sabía la madre que nos daba, aunque ella no lo sabía, cómo podría saberlo, y es que nuestra vida no ha sido fácil, y lo fue mucho menos para ella.
Ahora que soy madre, entiendo mejor, y no sólo entiendo, sino que me asombro, cómo lo hizo? cinco hijos, crisis económicas, noches en vela, enfermedades, colegios, su trabajo fuera de casa, su trabajo en la casa, problemas con mi papá, la adolescencia, es decir, ahora recién estoy entendiendo sus “no”, su disciplina, sus decisiones, lo que dijo y lo que no dijo, todo aquello que brotaba de su corazón de madre, no de ningún manual o libro sino del más profundo amor y de su instinto. Ella ha sido nuestras noches de historias divertidas a la luz de la vela en medio de un apagón, ella ha sido nuestra enfermera en medio de varicelas y paperas, nunca me sentí mas engreída que cuando me enfermaba por la ternura con la que me cuidaba, ella ha sido nuestra confeccionista de disfraces, nuestra maestra, nuestra protectora, nuestra roca, como una balsa en alta mar a la que nos adherimos en momentos de crisis, nuestro lugar seguro.
Ahora que ya soy adulta, casada y mamá aún sigo siendo su hijita, todavía me regaña y todavía se preocupa por mi salud y por todo mi bienestar, al igual que el de mis hermanos y es que las mamás nunca dejan de ser mamás. Ella ha sido y es mi primer referente, mi amiga, mi madre, pero además de todo este testimonio de vida, ella también me ha dejado un legado, que anhelo, continúe en mi hija, nietos y las generaciones que vengan, y es su fe y su amor por Dios, El la ha sostenido y la sostiene, le da paz, alegría y fuerzas y sé que oye sus oraciones, creo que el respaldo de su vida de oración por nosotros, su familia, es la que nos guarda de tantas cosas, pues ella confía en que aunque no esté presente para proteger a sus hijos o sea incapaz de hacerlo, hay un Dios arriba que nos guarda del mal. Mi madre me ha dejado la valla muy alta, aunque trato aplicar lo que me ha enseñado, Dios quiera que pueda hacer honor a su apellido, pareciéndome un poquito más a ella en mí caminar como mamá y continuar su legado.
Querida mamita, si alguna vez has pensado que fallaste o has deseado haber hecho las cosas de forma diferente, espero que ahora sepas que lo hiciste más que bien, que no sólo diste sino que te diste entera y con todo el amor que cabía en ti, no podrías haberlo hecho mejor. Te amo Mamá.
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