Alguien me observa, con sus pequeños ojitos me busca, y sin que yo sea incluso consciente, examina y estudia cada movimiento, palabra, acción y reacción que yo realice y para mi sorpresa replica todos y cada uno de ellos, como si no me lo hubieran dicho ya, como si yo no lo supiera, de hecho lo sé muy bien pero a veces lo olvido o prefiero creer que no será así, que ella sí se dará cuenta, que hay cosas que serían mejor ignorar, que de repente tendrá mejor juicio que yo, que ella sí escogerá lo mejor y desechará lo peor. Pero no, ya quisiera yo, tengo que ser realista y reconocer y aceptar que estoy frente a una responsabilidad que nadie me impuso sino que adquirí desde el momento en que me convertí en mamá, no lo puedo eludir y aunque algunos han tratado su huella quedó impresa...inevitablemente. Aunque es una responsabilidad grande y aunque desearíamos no tener que ser esos referentes, ni que nos digan modelos a seguir o ejemplos, pues lo somos, simplemente no hay escapatoria.
Los hijos nos observan, nos miran, nos analizan, es probable que mucha veces no nos hagan caso pero sí que nos imiten, eso de seguro que sí. Ana Paula es una niña muy perspicaz y aprende rápido, como son los niños pequeños, esponjitas, ella sabe si mamá dice algo y luego hizo lo contrario, no puedo negarlo, me ha pasado, y tampoco puedo negarlo delante de ella, si lo hago la pierdo, el doble discurso me robará su confianza. Es necesario que ella sepa que mamá y papá no son modelos de perfección, pero algo que si seremos o trataremos de ser, es ser honestos, reales, creemos que es bueno que sepa que no esperamos de ella la perfección tampoco, pero si el intento genuino de vivir de acuerdo a los valores cristianos en los que basamos nuestra vida y nuestra familia.
Y es que nadie puede mostrar lo que no es, pues tarde o temprano se hará evidente y me doy cuenta que aquello que anhelo para mi hija tiene que ser parte de mi rutina diaria, de mi diario vivir, eso me da cierta autoridad para enseñar algo, cuando vivo lo que predico, de otra manera no son más que palabras que se las lleva el viento. Porque lo bueno, lo positivo de que los hijos nos observen, es que esto nos permite enseñar sin palabras y de una forma más efectiva aquellas cosas que queremos poner en sus corazones, pues creo y pienso, que todos los padres tenemos el anhelo de sembrar en ellos principios de vida para que cuando sean adultos sepan tomar las mejores decisiones, sé que no hay fórmulas mágicas de crianza pero sí que es importante que nuestro comportamiento sea coherente y honesto. Entonces qué mejor cosa que nos observen mientras crecen, sí que lo hagan! pues si no nos observan a nosotros, ¿a quién?, si nosotros no les guiamos, ¿quién lo hará?, si no nos imitan, ¿a quién imitarán?...
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